La memoria del tiempo - Margarita León
"El acto de escribir, al igual que el acto de la memoria, es un proceso continuo de [de]liberación y de elección: descubrimos lo que ignoramos, inventamos para salvarnos del silencio, olvidamos lo que no queremos o podemos enunciar.
Conocer a través de las palabras, y con ello a través de la escritura, es una forma de hacer y de ser memoria una forma de hacer la historia y de ser la historia.
La consciencia de ser y de estar en el límite, en el umbral -física y psicológicamente- es lo que le permite trascender y convertirse en lenguaje, esto es, en una memoria superada que despliega los poderes de la imaginación. Que es capaz de volver de nuevo corpóreos los acontecimientos de su pasado y sus representaciones. Y a pesar de todo, el sujeto, solo puede apelar al presente para conjurar la amenaza de su pasado borroso y confuso; para librarse del peligro de sucumbir bajo la lápida de un futuro clausurado.
[...]Sólo queda ir dolorosamente hacia el interior de sí mismo, de que hay que perderse en el abismo de las experiencias vitales, bregando entre la compleja red de convenciones retóricas y discursivas del hablar propio, que no es sino re-fundición del hablar ajeno.
Recordar no sólo es un volver a vivir, sino también un volver a morir, diluirse, desaparecer. Recordar y recordarse es, ejercer una vigilancia sobre si mismo, [mirarse], observarse a través del ojo del Otro, un desmenuzarse y no siempre el resultado de esto es positivo.
A través del recuerdo, la red de imágenes que firmemente hemos construido de nosotros mismos se desdibuja; lo grandioso se vuelve mezquino, lo gratificante es ahora doloroso, y deprimente, lo antes significativo se transforma en banal. [A mi me gustaría agregar, los refugios se vuelven cárceles y viceversa]
El paso del Sujeto a objeto y de regreso, del objeto al Sujeto; ir de la mirada a la imagen y viceversa, de lo individual a lo colectivo, y sobretodo: del "Yo" al Otro para poder reconocerse.
El "Yo memoria" del pueblo, de entre sus primero recuerdos trae al presente la narración de su origen mítico, origen inventando, en el que predomina el caos, una lucha constante entre fuerzas contrarias, la guerra y la paz, la fundación y la destrucción, la fertilidad y la esterilidad [sacrificio], el fuego y el agua, la vitalidad y la decadencia, la pasión exaltada y la abulia.
El Yo de la memoria individual y colectiva [...] juega el juego de la nostalgia [retórica de la temporalidad] rescatando de las tinieblas del pasado prosaico, elementos para crear un nuevo tiempo y un nuevo espacio, el del mito y la leyenda, para que el Yo se convierta en instancia activa del discurso.
La memoria [...] celebra simbólicamente un rito de reconstrucción de los discursos anteriores. Rescata, reordena los materiales de los recuerdos y de la experiencia que se encontraban dispersos, en un estado caótico, amorfo. Realiza así, un acto de consagración el tiempo y del espacio, un acto de fundación, un acto de sacrificio necesario para dotar a los recuerdos de significación.
El acto último de la memoria, el de su propio discurso ficcional, implica la celebración del ritual, la repetición del acto cosmogónico de consagrar el espacio y de convertir el tiempo profano en tiempo mítico. [Mito del eterno retorno]
El rito que celebra la memoria, ese viaje al centro de ella misma [laberinto] implica un largo peregrinar por un camino sinuoso en el que acechan múltiples peligros. El camino es el del laberinto, lleno de relieves y recovecos, de salidas falsas, de minotauros. Es un rodeo por las palabras durante el ritual, durante ese primigenio acto de la creación de un mundo que se ha extinguido, que ya no existe como Principio, y que tal vez no fue como ahora desearíamos recordarlo.
[...] como la memoria contiene todos los tiempos, y su orden es imprevisible, ahora estoy frente a la geometría de luces que inventó esa ilusoria colina como una premonición de mi nacimiento.
[¨Y es que la memoria es un estar al límite, entre la realidad y su imagen, es un estar en el umbral desde el cual pueden contemplarse los actos humanos, y contemplar sus propios cambios y variaciones¨]
Modelo de la memoria arcaica -donde la temporalidad es concebida como un ciclo, en tanto el movimiento perfecto es el circular.
Tratar de ir al centro de si mismo, lo cual significa: andar de nuevo, des-andar el pasado y el futuro para edificar el presente [la memoria hecha discurso] pues según esa memoria, todo se repite con exactitud, todo retorna porque todo es puntual y perfecto:
El hombre arcaico no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por Otro. Lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestas inauguradas por Otros.
Pero también subyace la idea que el tiempo es espiral, pues todo aquello que se repite, cada vez, va en camino de una superación, de una evolución
Repetir el acto primero de la creación, tomar posesión del espacio, verbalizarlo. Verbalizar el espacio es ordenarlo, sacralizarlo y sacralizarlo es poetizarlo. La memoria hecha discurso, hecha escritura, resulta ser el centro/vértice en el cual es posible que confluyan pasado, presente y futuro, donde pueden encontrarse personajes que perteneces a distintas épocas.
Sólo el acto poético en su automatismo y como acto de imaginación puede acercarse a una representación de un presente activo, a una presencia que reivindica al memorioso de la negatividad del pasado [ausencia].
El texto [tejido] no solo va ocupando en su discurrir el espacio escritural, sino que deja ver entre esas zonas ciegas, difuminadas y vacías.
La memoria es una especie de diamante ["instante geométrico"] cuyas facetas proyectan imágenes múltiples, las cuales aparecen al mismo tiempo y diversos planos con una claridad, densidad y profundidad cambiantes.
Durante este juego de espejos de la memoria activa, es posible recuperar aunque sea como una ráfaga de luz, la realidad de un instante, de un presente [regalo] proyectándose al futuro.
La memoria no está esencialmente dirigida al pasado. La memoria permanece con huellas, con el objeto de preservarlas, pero huellas de un pasado que nunca ha sido presente, huellas que en sí mismas nunca ocupan la forma de presencia y siempre parecen venideras, vienen del futuro, del porvenir. - Paul de Man
Esas huellas venideras que han estado tras bambalinas, latentes y de pronto son iluminadas, sacadas a escena. Son a un tiempo huellas de una realidad que ha sido y de una realidad por cumplirse.
La memoria descansa sobre una piedra inerte [in-ars], sobre una lápida con una inscripción o epitafio. Ella misma [la memoria] es un cúmulo de piedras cubiertas de polvo, una estatua que se contempla a sí misma. Monolito que [res]guarda celosamente su verdad, y sin embargo, es una especie de umbral, una vía de acceso a hechos que sucedieron, los cuales es imposible conocer y recuperar íntegramente, pues ¿cómo traer a la vida a los muertos?, Parece más viable tener acceso a lo que no se conoció, a lo que ha sido olvidado casi totalmente pero que de algún modo sigue ahí, en los niveles más íntimos y profundos de la experiencia de los individuos, de la lengua.
Hay que ir cincelando, sacando de la piedra las figuras: es necesario llenar los vacíos, socavar partes, iluminar esas zonas ciegas de lo que quizá nunca fue.
A partir de la consciencia de la imposibilidad, la memoria se arraiga en una retórica que si bien alude continuamente al pasado, se sitúa a sí misma como memoria presente, como presencia, esto es, como diferencia.
El presente como síntesis del pasado-futuro, es el tiempo en el que se hace tangible el proceso de auto-constitución del Sujeto, cuyo espejo y eco multiplicado es esa escritura única, insólita, de sí mismo como sucede con la inefable imagen que el agua le revela por un instante a Narciso.
Parece haber cierto paralelismo entre el actuar de la memoria y de la escritura, en el sentido que ambas a un tiempo, son intentos por fijar lo huidizo, por dinamizar lo estático; ambas surgen y dependen de la elección del Sujeto en cuanto a lo que declara y a lo que prefiere omitir, esto es, respecto de aquello frente a lo cual se responsabiliza [respuesta a la herencia].
La memoria es imprevisible, contiene todos los tiempos, se despliega con libertad y de manera casi arbitraria, retoma fragmentos de ese vasto predio que es el olvido, el silencio, y al nombrar, elige a los protagonistas de esa historia que pretende construir.
Nombrar es mencionar a quienes no obstante están ausentes, sobreviven a través de la evocación de su nombre, pues parece ser verdad que, su nombre puede sobrevivir y ya lo sobrevive, El nombre comienza a acompañarlo en la vida. Nombrar en ausencia de la cosa. Es hablar en memoria de la cosa nombrada.
[...] todo espacio, todo predio que la memoria ilumina, se vuelve un microuniverso que solo en apariencia era inexistente, pues el soplo del lenguaje poético lo anima, le da una configuración concreta y a un tiempo lo re-simboliza.
Vida singular que se erige sobre las cenizas de lo muerto, donde las palabras tratan de poblar el vacío, pero también de trascender la fatalidad de la palabra que al ser pronunciada se solidifica como la piedra, se cierra, queda clausurada, se vuelve irreversible.
A través del discurso exteriorizado, concretizado de la memoria que está en función del presente y de una virtual historia futura, historia ficticia, que conjure la ausencia y la nostalgia de lo que ya fue.
El Yo de la memoria -transformada durante la escritura en consciencia estética- les tiene reservados una existencia trágica y un destino épico en tanto son esa parte -opaca y pueril- del Hombre.
La memoria, ciertamente mitificadora, establece un paralelismo entre épocas históricas distantes, entre tiempos y personas en apariencia irreconciliables, así: "la historia del origen se vuelve la historia de los fines últimos".
Más que recordar cómo eran sus padres en su infancia, los sujetos, por boca de la memoria, asumen como un hecho su misteriosa grandeza [idealización]. Se esfuerzan por ver su pasada con ojos de un niño, ojos que se han quedado prendidos, fijos a una imagen inmutable.
A través de un proceso metafórico y alegórico, hay un retorno a la Infancia del hombre. Un sumergirse en esa Edad de Oro, donde cualquier acto, cualquier palabra adquiere dimensión poética, esto es, una dimensión real: un juego infantil se vuelve así la representación de la histórica guerra.
El juego representa virtualmente, la lucha del hombre por conservar intactos sus instintos y pasiones.
El juego de los niños, representa como juego de la guerra que es, la eterna tensión entre hombres y pueblos, la persistencia de la violencia y la asunción de la naturaleza trágica del hombre.
El juego bélico emula las batallas cósmicas, por las cuales se funda y evoluciona el mundo y los hombres. Lucha que permite el equilibrio de fuerzas.
Lo que hacen y padecen los niños [...] durante esa fantasía creada por el juego, se cumplirá fatalmente en la edad adulta.
Las acciones del personaje del juego infantil, son un indicio, el núcleo de una situación germinal. Lo histórico: la esencia de los hombres de ayer es similar a la de los hombres actuales, donde los hechos y las situaciones más o menos se repiten en contextos distintos donde:
La grandeza de antes no es ajena a la insignificancia de la vida presente. No solo se puede ver el deseo nostálgico de que el pasado no se diluya en el olvido, el deseo de poder recuperar sus momentos y partes positivas, y restituirle al Yo, su estatuto de Sujeto.
Visualizar a la memoria como el proceso mismo de la enunciación, esto es, irse construyendo en el acto, un irse dando del discurso en escena. Un acto constitutivo de la mente ligado a su propio presente y orientado hacia el futuro de su propia elaboración.
En este acto constitutivo reside el poder de la memoria, por o que el interés de reconstruir el pasado es sustituido por un interés en el futuro -que engendra una nueva estabilidad-. [Paul de Man]
Historia y memoria
Espacio y tiempo
La personalidad que aparece en el horizonte de la memoria es la representación de un alguien que habla y actúa dentro de márgenes muy estrechos.
El hombre es memoria, porque hace memoria. La historia es, finalmente memoria del lenguaje, ese horizonte que se tiende atrás y delante del hombre, que lo determina y lo libera, que lo hace eternizarse, que lo concretiza y a un tiempo lo hace huidizo, inaprensible, eternamente provisional e inconcluso.
En ese presente del lenguaje, en ese instante único, confluyen y se refunden tiempos humanos iguales o diversos, experiencias distantes y cercanas, discursos propios y ajenos; en él y por él, descubrimos líneas de continuidad y momentos de ruptura, instantes que se vuelven paradigma:
El aquí y el ahora del lenguaje, es donde se puede constituir no solo al hombre de ayer y de hoy, sino al de mañana
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